En El lápiz de lluvia, Manuel Valdivieso detona en lenguaje sus espacios imperecederos: Cúcuta, Bogotá, El lago de Tota, Manizales. Lugares comunes que deforman la realidad y la construyen de nuevo, como una arquitectura en movimiento.
Las plantas de interior, los paisajes mínimos, los detalles naturales de una vida que busca en palabras lo desconocido, y un padre que también es un recinto, múltiplex veces visitado. La poesía se escribe con un lápiz de lluvia, con la cadencia absoluta de su caída.