
Hoy quiero compartir con vosotros un cuento corto «EL CUENTO DE UN RELOJ» para reflexionar. No hay que olvidar que el tiempo no pasa igual para todos.
El cuento de un reloj
La soledad predominaba en la vida de Lucy sobre todas las cosas. El tiempo pasaba por sus días como un manto de lluvia gruesa, convirtiendo los minutos en horas y los días en semanas.
Los gritos de alcohol, que provenían del piso de abajo, la despertaron aquella mañana como muchas otras. Los golpes crearon grietas en las paredes y, como siempre, decidió quedarse en la cama esperando a que el reloj de madera color caoba, marcara con gracia el paso de las horas.
Pero por alguna razón, la melodía dejó de sonar y el tiempo pasó seguido por un pesado silencio, que alargaba los segundos hasta hacerlos eternos.
La frustración envolvió a Lucy como un manto de terciopelo rojo y con el ceño fruncido, se acercó al reloj para averiguar lo que estaba sucediendo.
Imaginaros su sorpresa cuando, dentro del reloj, la niña encontró descansando a un pequeño hombrecillo de pelo blanco.
—Oiga señor ¿Qué está usted haciendo dentro de mi reloj? —preguntó con asombro.
El hombrecillo abrió los ojos con una tranquilidad que duró apenas unos segundos. Cuando reconoció a la muchacha, que le observaba con curiosidad, pegó un salto y como si ella no estuviera, corrió nervioso para envolverse con los engranajes del reloj que había dejado de girar.
El hombre, que había empezado a sudar, corría de un lado a otro intentando manipular las agujas que poco a poco, empezaban a marcar la hora.
—Hacía siglos que no me quedaba dormido —gruñó de mala gana—. Podría haberlo fastidiado todo.
Lucy le observó con interés mientras trabajaba.
—¿Quién es usted? Si me permite preguntar.
El hombre, notablemente más calmado ahora que el reloj había vuelto a funcionar, se sentó sobre la madera y le prestó a Lucy atención por primera vez.
—Soy el hombre del tiempo, vivo en este reloj y me encargo día a día de que el tiempo transcurra para vosotros con normalidad, mientras se detiene para mí dentro de este reloj de madera.
Lucy le miró con los ojos abiertos como platos.
—Debe usted sentirse muy solo viviendo ahí dentro, viviendo para siempre en soledad.
El hombre se encogió de hombros y su rostro reflejó una tristeza familiar. Reconociéndose en los ojos del extraño a Lucy se le ocurrió una maravillosa idea.
—¿Podría pasar? — preguntó con osadía.
Los ojos de aquel hombrecillo brillaron de felicidad, se acurrucó sobre un rincón, dejándole espacio a la muchacha, que entró sin pensarlo dos veces.
Ambos disfrutaron durante lo que parecieron horas, de la presencia del otro. Lucy conoció los secretos del reloj y el hombrecillo los secretos de Lucy. Era la primera vez que el tiempo pasaba con fluidez por su vida. Pero cuando quiso darse cuenta era el momento de marcharse.
Salió del reloj con el corazón hecho añicos, pero lo que encontró en el exterior, la dejó sin aliento. En su casa ya no había nadie, las paredes estaban desgastadas y solo quedaba sobre las baldosas la imagen de una muchacha desaparecida de hacía al menos cien años. Ella.
Lucy miró al reloj con los ojos húmedos y comprendió lo que había sucedido, el tiempo infinito de aquel mueble de madera, había hecho que la niña perdiera la noción del tiempo. Su vida tal y como la conocía había desaparecido y solo quedaban un montón de escombros.
La luz del exterior cruzó el cristal agrietado de la ventana y acarició sus mejillas, atrayendo a la muchacha hacia el nuevo mundo lleno de oportunidades. Pero antes de que el viento arrastrara a la niña al exterior de aquella casa abandonada, el reloj de madera cantó la hora y el tiempo volvió a detenerse para Lucy.
La decisión fue inminente, la niña acarició el marco polvoriento de la ventana y luego se dirigió de vuelta a su refugio interior. Las horas brillaban por primera vez en compañía de su amigo el solitario relojero.
El hombre acogió a la muchacha con lágrimas en los ojos, con aquel cariño que no había tenido nunca. Lucy sonrió y miró una última vez los restos de lo que un día había sido su miserable vida, luego se acurrucó sobre sí misma en el interior del reloj y cerró la puerta, para poder vivir en un mundo en el que solo importara el presente y donde nunca más estaría sola.